Me voy otra vez con ella, mi querida mochila, a coronar el techo de este pequeño país. A apurar las vacaciones hasta el final, a uno de los lugares que más cosas y más verdad me dan. A mi llegada, esperaré en casa a todos mis amigos, que han querido compartir conmigo el día de mi cumpleaños. Tremenda ilusión, mezclada con serenidad, que me provoca todo bien mezcladito.
Entre el regreso y la soledad
la sensación de no tener ganas de abrir la puerta de casa
sentirme perdido y no hacer nada para evitarlo
ni saber, ni poder, ni querer
Aunque me reconozca en viejos escritos
en esta temporada para afuera
alrededor de un lugar que se parece a mí y me reclama
dónde las antiguas búsquedas y deseos ya no sirven
entonces mi cuerpo va perdiendo peso
me dejo en manos de la espiritualidad
del viento para que me lleve
los pies sin cabeza
la fe ciega de conveniencia
el peso y el valor de los días efímeros
la vida lenta y esta sonrisa perpetua
Quizás me sirva esta distancia para siempre
los mundos que distan entre lo que llevo adentro y la gente
todo lo que no hago por mí y hago por los demás
que nadie nunca sepa quien soy dentro de la cueva
entre la puerta abierta y los riesgos de la espeleóloga
las llamadas que no encuentran momento ni números
las que no llegan aunque sepa los trucos para que suene el teléfono
Y sin embargo
me invaden de una forma u otra estas ganas de vivir y exponerme
de pensar en lo que haría si me quedasen dos días de vida
reírme a carcajadas de mí mismo
mientras pretendo encontrar un camino sin buscarlo.