viernes, 6 de agosto de 2010

Hoy por ayer

Hoy.

I.

La respiración se va haciendo más lenta. Siento todo mi cuerpo contra el suelo. Los metatarsos de los pies en la baldosa templada y dura. El aire entra por la nariz cada vez con menos prisa. Calma, más calma aún. Dejo de pensar. Expiración a expiración. El sol en la espalda recorre un cuerpo ya de por sí caliente. El mismo ritual de estar quieto, que no sin hacer nada. Como el poema de Lara que reza, relaja y conforta; claro que "no es perder el tiempo" *. Como va a serlo sentir. El viento, que ayer casi se llevó la funda de la hamaca, la toalla y la novela, hoy refresca y acompaña.

Abro los ojos y miro hacia la derecha, un columpio y un cochecito me hacen sonreír. El toldo roto de los vecinos del 4º me asusta cuando golpea contra el balcón. Me sorprende ese ruido seco e inesperado, que acalla la banda sonora de esta primavera. Me parece la mejor música. Distingo sus voces y me pareciera entenderlas. Oígo la misma música cuando amanezco en la casa de colores.

De niño tenía muchas noches el mismo sueño recurrente: volaba. Algo que me es imposible recordar me impelía a salir corriendo de la cama, abrir la puerta de mi cuarto al fondo del pasillo a la derecha, atravesarlo sin notar el suelo, girar como los motoristas (y los niños sin moto) por el salón, y al fin; en un no abrir ni cerrar de ojos, desde esta misma terraza: saltar al vacío.
Una poderosa y embriagadora sensación se apodera de mí al no caer y poder volar. Me libera. Bajo en barrena, para planear veloz hacia el pasaje interior de la panadería y volver a levantar el vuelo. Ponerse el mundo a mis alas. Cada vez que lo soñaba era exactamente igual. La misma sorpresa y liberación. Algo me hacía superar el miedo y saber que no iba a caer. Hace unos meses volví a volar en sueños, en una visión, que lanzaba el mismo mensaje de siempre.


Perder el tiempo no es mirar embobado
el cielo azul de las diez de la mañana.
No es hacerse el remolón en la cama,
decidirse por una leche con miel.

Perder el tiempo no es no tenerlo claro,
o cambiar el taxi por el autobús.
Subir la cuesta del parque del Oeste.

Perder el tiempo no es no saber adónde ir
ni adónde mirar.
Dejar el trabajo para más tarde.
Cancelar las citas del día.
Todas (hasta las verdaderamente importantes).
Dejar que pasen las horas de la mañana
fumando hachís entre medias y frío.

Perder el tiempo no es acercarse a un cuerpo extraño
con todas las dudas colgándote del pelo,
arriesgándote a no sentir,
a no percibir.
Tomar la parte por el todo,
y no querer huir, que ya es tanto.
Recolectar colillas a las tres de la mañana,
oler los gatos en las escaleras.
Una rendición falsa, un aplazamiento.

En la cabeza otro nombre
a punto de salirse por la boca;
mirar de reojo, por si acaso estuviera.
Y sin embargo sentir,
sentir la calma.
A ratos mucha calma.
Las manos ásperas,
los labios blandos.

Hay algo en esta vida que me gusta.

Perder el tiempo no es pararse a mirar a través de los cristales.
Perder el tiempo es otra cosa.
Es estar muerto, en orden.

* Lara Moreno, La Herida Costumbre, Puerta del Mar, 2008.

4 comentarios:

Irene dijo...

Llops o no, per sort o desgràcia, conéixem eines per canviar el que coneixem com a "normal".
M'ha agradat aquesta entrada teva, somiar. Somiar i més somiar.

( així que ets...porfessor?)

Anónimo dijo...

soñando construyo mi realidad.

TQ
Patri

Trovator dijo...

Ayer y hoy... el mañana se apresura, y se pinta maravilloso.

Un abrazo, hermano trovador!

Irene dijo...

Jo una futura educadora social. Recomenable? :)