Alguien dijo que ya no se hacen canciones como estas. Y es completamente cierto.
Recordé el CD que me envió Lilliana desde l'Umbria, y como cantábamos il mondo y otras delicias aquella soleada mañana de Mayo del 2004, tomando capuccinos en el bar del centro de alto rendimiento.
Esa música con sapore di sale sonaba muy bien cenando a la luz de las velas estos días, mientras estabas en la cama y yo preparaba la cena y me servía la primera copa del Viña Pomal, y bailando a oscuras en la cocina.
Hoy volvió la paz, el silencio del viento, pasó el huracán y no hay que lamentar daños. La vida vuelve a ser tranquila, la ansiada calma que presiento me acompañará en el camino -no puede ser de otra manera- el viento no la hundirá. El necesario descanso y distancia. El aire para respirar.
Me quedaré en el calor de mi cala en noviembre, en el de mi ancha playa y el agua fría en tu cuerpo. Con la comida y la paz de Les agulles, sin cristales rotos. Con muchas imágenes de belleza salvaje que aquí no puedo reflejar.
Con lo más importante, con la ayuda, con el cemento roto y el que queda por romper. Otras cosas se irán rápido, pero esas no. Quizás se queden para siempre, como las cosas buenas, las que ayudan a caminar, a seguir cantando y derrochando vida.
El descanso del pacifista. Volver a casa a comer, Laurita me echó de menos, -se lo noté nada más abrir la puerta y mirarnos-...aunque Eva diga que las niñas con esa edad no echan de menos (no te creas todo lo que hemos estudiado)...que rico volver a verla reír -esa risa es capaz de hacerte olvidar todo y ser feliz- , tenerla en brazos. Cada día está más zalamera. Tomando el pecho se soltaba, me buscaba con la mirada, y reía picarona. Y la colifror gratinada con bechamel y jamón, y el conejo en salsa, eso si que es comida de verdad.
Santa siesta. Aina corriendo hacia mí en el parque en cuanto me vió, me vuelve loco cuando hace eso, y la levanto todo lo que puedo, la abrazo a horcajadas y me da besitos. Después me regaló un dibujito de un señor con gafas y un helado. Y Laurita con esa chaqueta de lana blanca tan linda y con esa capucha que parece un duendecillo del bosque.
La meditación de la tarde, hacía semanas que no meditaba y lo necesitaba, otra vez esas vibraciones, una intensa electricidad en las manos nada más comenzar, el incienso empapando otros olores. Tengo que volver a meditar a diario, el retiro queda ya muy cerca y tengo que preparar mi cuerpo. Hay ganas de volver.
Solo hay presente -como siempre- y Cesárea Evora de nuevo sonando. Y se acabó la última cerveza.
Queda la música...
Queda lo bueno.
Hace 1 año
1 comentario:
Encontré tu blog de casualidad buscando música italiana de los '60 para mi programa Tutto a posto. Saludos desde Argentina.
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